Atletas de laberinto
La llegada a las salas de Maze
Runner – Correr o morir generó, de movida y por la información con la que
se contaba, una especie de murmullo generalizado entre todos aquellos que no
suelen comulgar con este tipo de adaptaciones convertidas en sagas cinematográficas
juveniles. Más allá de las similitudes que se puedan encontrar entre esta
proyección y otras obras también ubicadas en un futuro distópico en el que los
adolescentes son los encargados de tomar el mando, vale destacar que la citada
aquí, dirigida por Wes Ball, sale
airosa y gana puntos extra por su notable realización y por unos cuantos buenos
momentos de nervio.
Dylan O’Brien encarna a Thomas, quien despierta ante el recibimiento de un grupo de
muchachos. No recuerda cómo llegó hasta allí ni quién es. De a poco se va asociando
al conjunto de chicos que habitan en ese extraño lugar caracterizado por poseer
un inmenso laberinto cuya salida no han sabido hallar ni descifrar hasta ese
entonces.
Existen cuestiones y modos en que estas se desarrollan que hacen
pensar que el film no aporta nada nuevo. No es neta y completamente más de lo
mismo aunque sí tiene algo (o bastante, dependiendo de qué tan fino hilemos) de
lo que estamos acostumbrados a ver en este tipo de sagas, con la distinción de
que aquí las ejecuciones están mejor llevadas al valerse de un poder de
atracción más fuerte y una dosis suficientemente menor de pomposidad, por
decirlo de alguna manera.
Salvando las diferencias entre la trama de una y otra cinta, en Maze Runner, al igual que en Los Juegos del Hambre, el factor supervivencia
cobra importancia en cada uno de los jóvenes que conforman la historia. Algo
parecido ocurre, volviendo a establecer un parangón entre las mencionadas
proyecciones, en lo que respecta a las consecuencias que pueden desprenderse de
un enfrentamiento: la sensación de que nadie está a salvo reina por momentos y
en unas cuantas resoluciones en las escenas de mayor intensidad que se exhiben.
Es factible que a la película, más allá de lo llevadera y entretenida
que resulta, le sobre metraje. Los personajes, si bien localizan buenas actuaciones
por parte de sus intérpretes (en especial Dylan
O’Brien y Will Poulter, este
último en un papel totalmente opuesto al que le había tocado personificar en We’re the Millers), no terminan de
generar un elevado grado de empatía con el observador.
El film de Wes Ball funciona
por su capacidad de engancharnos gracias a su interesante comienzo y a las
apreciables instancias en las cuales la tensión quiebra el simple asomo para
presentarse finalmente en cuerpo y forma, con esplendor.
LO MEJOR: el arranque, la manera en que está narrada la historia. Los momentos
de acción.
LO PEOR: menos minutos le hubiesen quedado mejor. Resoluciones algo
discutibles.
PUNTAJE: 6,5
Interesante, no le daba ningún crédito a esta película, pero tu crítica me da mas expectativas. Veremos. Saludos!
ResponderEliminarSí, yo tampoco le ponía muchas fichas, pero sin ser nada del otro mundo está muy realizada. Saludos!
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