viernes, 6 de junio de 2014

Big Bad Wolves - Crítica


Caperucita y el lobo en bloody mode

Big Bad Wolves es una película israelí dirigida por Aharon Keshales y Navot Papushado, que sorprende desde el apartado técnico gracias a una filmación moderna y a un relato de apariencia tenebrosa. La proyección cobró mayor importancia a partir del visto bueno de Quentin Tarantino, quien en octubre de 2013 manifestó que era la obra que más le había gustado del año. Lógicamente, con el aval y el pulgar arriba del reconocido director de Pulp Fiction, las cosas se tornan más atractivas, incitando al espectador a observar con ojos expectantes al producto en cuestión.
La historia, retorcida y cruda, nos sumerge en la búsqueda del responsable de una serie de asesinatos bestiales vinculados a actividades pederastas. El padre de la víctima sólo quiere venganza, sin importarle llegar a las prácticas de tortura más extremas y salvajes. En el caso y tras el principal sospechoso (un profesor de religión) se inmiscuye un detective de policía.


Big Bad Wolves arranca con un poder de enlace contagioso. Los directores, de pulso firme, nos meten de lleno en los acontecimientos gracias a una sucesión de diálogos y a unas cuantas acciones dotadas de ritmo. La musicalización, penetrante, se complementa de gran forma con el vigor de las duras imágenes que se exponen en pantalla, colaborando a la hora de tensionar y exasperar al público. Lo que de movida da la sensación de llevar el sello de un thriller de desapariciones, secuestros e intriga, con el correr de los minutos comienza a mermar hacia la comedia negra, al intercalar destellos de ironía. Quizás este sea uno de los puntos que mayor división genere entre quienes se dispongan a visionarlo; la cuestión radica en cómo tomarle la mano al modo en que se presentan las situaciones, siendo éste el factor más controversial. Así como en la espléndida Prisoners el considerado responsable del delito era sometido a un método orientado a obligarlo casi a la fuerza a declarar, en la cinta oriunda de Israel el asunto contiene similitudes analizándolo desde ese flanco, pero llevado a límites menos compasivos y mucho más tortuosos, escabrosos, sangrientos e, intercalando entre medio de cada abuso, algún gag ácido para aportar ese costado socarrón que poco a poco gana espacio en las secuencias.
Sólidas y convincentes actuaciones nos proveen los personajes de esta narración que no escatima cuando de violencia física se hable. No se limita a jugar sólo con el nervio y el suspenso propio que suscitan las circunstancias que se exhiben, sino también apuesta a introducirse en la mente del espectador y taladrarla con una psicológica siniestra, a través de una manipulación que plantea arriesgados dilemas morales.
Existen cuestiones repetitivas que entorpecen la dinámica que prima en gran parte del relato. Incluso un leve declive se hace manifiesto hacia la segunda mitad de la historia. Sin embargo y a pesar de no ser apta para todos los gustos (susceptibles abstenerse), Big Bad Wolves es poseedora de una fotografía cautivante que hace más interesante y atrapante su visionado.

LO MEJOR: gran factura técnica. Interpretaciones. Tensa, oscura. Cuando no fuerza o reitera la comedia negra.
LO PEOR: cuando fuerza y reitera la comedia negra.

PUNTAJE: 6,5

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