viernes, 26 de abril de 2013

Películas del Recuerdo - The Game (1997)



El juego de la locura

En The Game, el gran director David Fincher monta una historia totalmente excéntrica, distinta, tensa, estresante, disparatada, entretenida y tramposa. Con su peculiar forma de endulzar al espectador a base de una buena estética y una atrapante dinámica, demuestra que puede adaptarse a diversos géneros sin dejar de destacarse en lo que respecta a la calidad de la proyección.
En esta ocasión, Michael Douglas es un multimillonario que tiene todo lo que cualquier mortal puede desear. Pero su hermano (Sean Penn), rebelde y oportunista, tiene la gran idea de sorprenderlo con un regalo extremadamente peculiar: una invitación de ingreso a un club capaz de crear aventuras tan intrigantes como riesgosas. Descreído pero llevado por su curiosidad, el protagonista de Un día de furia decide apersonarse en el establecimiento y explorar un mundo distinto. Y una vez dentro de “el juego”, su vida empieza a cambiar rotundamente.
La película logra atrapar a escalas crecientes; las situaciones que le suceden al personaje principal son tantas y tan extrañas que cumplen con el objetivo de generar nerviosismo en estado puro. A medida que el relato avanza, la impotencia va ascendiendo a la par de unas cuantas y originales vueltas de tuerca que buscan confundir y mantener en vilo al público hasta la última escena.
Lo interesante de esta propuesta radica en un guión bien construido e inusual, fusionado con un sinfín de sorpresas y giros que dan vueltas y vueltas en la mente sin dejar el carácter inmovilizador de lado un solo minuto. El ritmo y el gran clima enigmático que emite The Game lo hacen disfrutable, entretenido y diferente de lo que uno puede estar acostumbrado a ver.

LO MEJOR: intriga hasta el final. Genera enfoque y concentración. Contractura al espectador. Gran actuación de Douglas. Vueltas de tuerca. Distinto.
LO PEOR: algunos detalles son dignos de analizar por su probable inverosimilitud.
PUNTAJE: 7,7

miércoles, 24 de abril de 2013

Lazos perversos (Stoker) - Crítica



Deslumbrante encanto salvaje no idóneo para susceptibles

Park Chan-wook, el particular director coreano de Oldboy nos presenta en esta ocasión una película extravagante, fina y excesiva a la vez.
Probablemente no apta para el espectador común, Lazos perversos encuentra su hábitat natural en cinéfilos que busquen algo que les genere un fuerte impacto desde la estética y la manera de contar una historia.
Con un manejo de cámara sublime, una musicalización agudísima, penetrante y una dirección de fotografía envidiable, el film resulta hipnótico a pesar de no poseer una gran dinámica. Entretiene a partir de la construcción de una atmósfera intrigante, oscurísima, en donde se fusiona el thriller con lo macabro, insinuando en instancias un juego retorcido desde lo sexual entre y de los personajes.
Mia Wasikowska realiza un trabajo de excelencia en el papel de una adolescente huraña, con una expresión que la caracteriza por su constante ceño fruncido y por la capacidad de oír y sentir cosas que los demás no pueden. Lo de Mathew Goode resulta inquietante, un sujeto que desborda misterio y mucho sugiere a base de miradas; mientras que Nicole Kidman, cautivadora, no se queda para nada atrás.
El relato tiene la peculiaridad de tensionar al público desde la imprevisibilidad de lo que pueda llegar a ocurrir, manteniéndolo expectante mientras las escenas cada vez se van tornando más turbias y siniestras.
A pesar de algún declive hacia casi el final de la cinta y con ciertos transcursos algo densos, Lazos perversos es una joya en lo que concierne a lo visual, una obra de arte que impacta a través de la estética y de los planos que se utilizan. Quizás el guión no sea lo más ocurrente, pero el modo en que se lo narra es lo que le da un toque distinto y perturbador.

LO MEJOR: la calidad general del film. Musicalización, transiciones, iluminación y actuaciones. Enigmática.
LO PEOR: algunas secuencias resultan un poco más que excesivas. A ciertos pasajes le sobran minutos.
PUNTAJE: 7,5

sábado, 20 de abril de 2013

Palabras robadas (The words) - Crítica



Cosechando éxito con obras ajenas

Palabras robadas es un drama donde la culpa aparece como factor predominante de la historia. Dennis Quaid, aquí en el papel de un reconocido escritor, nos relata, presentando su novela, la vida de un potencial literato (Bradley Cooper), un joven encerrado en la obsesión de llegar a ser un gran narrador. Para ello, necesita lanzar una atrayente obra que lo catapulte a la fama.
La suerte de nuestro protagonista parece no coordinar con la calidad de sus escrituras, y su sueño cada vez se halla más lejano. Hasta que un día, encuentra una antiquísima maleta con una hipnótica novela apuntada por un anciano que supo redactarla en París tras la Segunda Guerra Mundial. Dejándose llevar por lo que leía en tal manuscrito, Cooper lo publica como suyo, obteniendo un éxito que lo convierte en uno de los mejores escritores. Afortunado y dichoso de su nueva vida, la culpa regresa fuertemente a su estado de ánimo cuando se topa con el verdadero creador de la novela.
Con una dinámica ni muy lenta ni tampoco con tanto ritmo, el pasaje de la cinta es mayoritariamente ameno, a pesar de que la banda sonora elegida no ayuda a enlazar al espectador con lo que se va contando durante cada escena. Quizás el guión no sea de lo mejor ni tampoco original, pero el modo en que se trama, a través de una suerte de historias dentro de historias, puede resultar ocurrente y válido como recurso distinto dentro del film.
Como propuesta de los debutantes directores Klugman y Sternthal, Palabras robadas puede mostrarse interesante, con algunos aceptables pero para nada brillantes giros. Se puede destacar que la película sabe cosechar una pequeña dosis de intriga, pero sin embargo como drama falla en la parte en que debe conectar desde la emotividad al público con los sucesos que se acontecen.

LO MEJOR: el modo adoptado para introducirnos en la historia. Las actuaciones están bien.
LO PEOR: no conmueve, la musicalización.
PUNTAJE: 6

miércoles, 17 de abril de 2013

Frankenweenie - Crítica



Cómo generar un clima oscuro y profundamente emotivo desde la animación

Frankenweenie está basada en un cortometraje realizado por el propio Tim Burton en 1984, en aquel entonces con la figura de un Bull Terrier llamado Sparky. Aquí, bajo la producción de Disney, el director de Sleepy Hollow le pone vida a esta obra desde la animación.
La historia, construida en base a una parodia-homenaje a Frankenstein, nos remite al experimento científico que el pequeño Víctor lleva a cabo para resucitar a su amado can, quien había sido arrollado por un vehículo.
La mano de Burton se hace evidente en cada punto del film. Lo podemos percibir a partir de una atmósfera oscura, con personajes pálidos, blancuzcos y ojerosos, de primera apariencia inexpresiva pero con una implícita carga emocional que se va metiendo inconscientemente en el espectador, individuos de aspecto muy similares al Johnny Depp de El Joven manos de tijera pero en versión animada. La característica destacada y que más hondo cala en el público radica en la emotividad que se le imprime al relato. A base de una desaturación de la imagen, en donde todo transcurre en blanco y negro para acentuar el dramatismo, uno puede empezar a querer a Sparky apenas a los diez segundos de observarlo en movimiento. Y aquí encontramos una discordia, dado que las expresiones del perro están tan bien logradas, que por momentos uno se pregunta si está realmente preparado para sentirse dolido y experimentar ese dejo melancólico que nos provee la cinta.
Frankenweenie no es la clásica proyección de animación que los niños suelen o están acostumbrados a ver; es mucho más profundo que ello y el ritmo de la historia está cargado de tensión por todo lo que le va sucediendo al protagonista. Pero dicha tensión en ciertas instancias es tan angustiante que uno desea que la cuestión se resuelva pronto y con el mejor happy ending que se le pueda aplicar.
Sumamente conmovedora, gótica y con una más que apreciable dosis artística, la película tiene vida propia y sabe llegar al corazón del espectador, al punto tal de dejarlo con una congoja importante por unos cuantos minutos tras su resolución.

LO MEJOR: Sparky, el perro: excesivamente querible. Genera un grado elevado de emotividad. La mezcla entre lo oscuro y la melancolía a la vez.
LO PEOR: que con una vez de verla puede resultar suficiente.
PUNTAJE: 7,30