jueves, 30 de enero de 2014

Ajuste de cuentas (Grudge match) - Crítica


Duelo de veteranos

Un póster llamativo desde lo improbable de ver a dos señores grandes en un ring, con la trayectoria que ambos tienen, y un tráiler que no dice nada como elementos promocionales de un film que, lisa y llanamente, convoca por la curiosidad que genera la mera cuestión de observar a estos grossos en acción, enfrentándose a trompadas limpias. Pero una vez más y, como dice el refrán, del dicho al hecho hay mucho trecho.
La historia, simplona y trillada, nos remite a la fuerte rivalidad entre Henry (Sylvester Stallone) y Billy (Robert De Niro). Cada cual ha sido derrotado en una ocasión por el otro, quedando la que oficiaría de desempate pendiente tras el inesperado retiro de Henry. Las vueltas de la vida los vuelven a medir en una última pelea. La tercera es la vencida.
Peter Segal intenta sacar a flote la proyección a base de guiños y referencias a Rocky y Raging Bull, pero en este caso todo se limita a lo paródico intentando hacer sonar las situaciones de modo simpático. El inconveniente se da en que el tono de cada pasaje es prácticamente el mismo en cada oportunidad; si bien algunas ocurrencias resultan en parte graciosas (especialmente las que quedan a cargo de Alan Arkin), muchos gags se sienten forzados e incluso inocentes, inofensivos. A lo mencionado el director le añade una pequeña pizca de romance al incluir a Kim Basinger como Sally, quien tuvo su historia amorosa tanto con Billy como con Henry.


Ajuste de cuentas se burla amenamente de la vejez y de sus consecuencias físicas. Sin embargo, estos dos viejitos piolas han perdido destreza y musculatura pero no las mañas, por lo que se aprovecha para ocasionar momentos de chicanas verbales y mini enfrentamientos previos al “gran día”, siempre con la misma acentuación que, en su afán de hacer reír, se tornan repetitivos y predecibles.
A los tropezones y dando la apariencia de engrosar el metraje con eventos que ofrecen más y más de lo mismo, la película nos lleva (al fin) a lo que oficiaría de circunstancia más esperada, al clímax, al anhelado mano a mano. Pero la desilusión se hace presente y es más grande todavía cuando lo que debería levantar la performance del producto acaba convirtiéndose en una especie de lección moral comandada por el inverosímil de cada suceso que se manifiesta.

LO MEJOR: Stallone, De Niro y Arkin. Lo que se muestra luego de los créditos finales.
LO PEOR: predecible, sin cambio de ritmo, monótona, inocente y decepcionante. Ni siquiera la pelea está a la altura de lo que se esperaba.

PUNTAJE: 4

miércoles, 29 de enero de 2014

Código Sombra: Jack Ryan - Crítica


El patriota

De Alec Baldwin, pasando por Harrison Ford y Ben Affleck hasta llegar a Chris Pine. Diferentes estilos para encarnar a Jack Ryan. Más allá de cuestionamientos acerca de si da o no la talla para el papel, no se puede dejar caer todo el peso sobre el joven que ofició de Kirk en las Star Trek de J.J. Abrams si el guión se enmaraña dentro de sus propias lianas argumentales. De hecho, Pine cumple y probablemente sea de lo más rescatable de la proyección.
En esta oportunidad, nos adentramos en el accidente que sufre Jack y cómo tras una ardua rehabilitación conoce a Catherine (Keira Knightley). Nuestro protagonista es contratado como analista bursátil de la CIA, tarea con la que descubre extraños movimientos bancarios vinculados a fines terroristas. Así es como Ryan se ve obligado (y movilizado por un patriotismo siempre exacerbado) a calzarse el traje de agente e inmiscuirse en una riesgosa misión en tierra rusa.


Kenneth Branagh, director del film, no está nada mal como villano y, aunque no sobresalga, consigue que se lo mire con cierta empatía por su desempeño. Es quien actúa como motivo de empuje para que nuestro héroe mueva todas sus fichas para desenmascararlo e impedir una devaluación monetaria digna de generar una catástrofe financiera en Estados Unidos. Lógicamente, intervienen una suerte de mini subtramas (por decirlo de alguna manera) elaboradas de forma muy poco minuciosa para complicar tanto la estadía como los objetivos del bueno de Jack.
A la película no se le puede cuestionar el mantenimiento de un ritmo agradable y que engancha mucho más por la fluidez de los acontecimientos que por sus resoluciones. Y precisamente este último punto es el más decepcionante en esta cinta que combina un poco de thriller con acción y espionaje: las determinaciones elegidas no sólo contienen un grado de inverosimilitud y ridiculez cuestionable, sino que además son tan inocentes como algunos comportamientos del personaje que interpreta Keira Knightley.
En definitiva, Código Sombra: Jack Ryan se puede disfrutar si nos enfocamos a dejarnos llevar por el entretenimiento que nos ofrece, gracias a su dinámica y si nos proponemos hacer la vista gorda a todo aquello que escape a su solidez argumental.

LO MEJOR: mantiene un buen ritmo, entretiene.
LO PEOR: vueltas de tuerca ausentes, resoluciones criticables, poco creíbles.

PUNTAJE: 5

domingo, 26 de enero de 2014

El juego de Ender (Ender's Game) - Crítica


Mini caudillo

Un arranque potente y efusivo se difumina lentamente con el correr de los minutos, no solo en nitidez sino también en intensidad. Esa decaída obra como uno de los problemas fundamentales del film; la extensión del metraje no se condice con lo que ofrecen sus escenas. Esa incapacidad para ocasionar inquietud en el espectador resulta uno de los aspectos más flojos del relato.
El juego de Ender nos remite a la novela más famosa y premiada de Orson Scott Card, en un futuro en el cual existe una escuela militarizada (y espacial) encargada de preparar ampliamente a una cierta cantidad de niños a fin de defender una venidera invasión a manos de alienígenas que reciben el nombre de insectores. Proveniente de una familia experimentada en el rubro bélico, Ender Wiggin (Asa Butterfield) se presenta como “el elegido” según la mirada del coronel Hyrum Graff (Harrison Ford). El jovencito no solo posee un gran potencial con aptitudes para la destreza y el pensamiento lateral, sino también una actitud avasallante y tenaz.


Muchos tramos de la historia están dedicados a la simulación y entrenamiento a base de videojuegos, similares a los utilizados hoy en día en consolas como la Playstation 3 y Xbox, entre otras. Nuestro protagonista incursiona en ese mundo virtual empleando su inteligencia para desplegar un abanico de estrategias, algo que no hace más que maravillar a Graff, bajo la interpretación de un Harrison Ford que, si bien empieza en buena forma, va perdiendo solvencia y credibilidad en su personaje conforme avanza la proyección. Y he aquí otros de los puntos poco pulidos, el tema de las actuaciones. El papel mayoritariamente robótico que le toca a Asa no termina de convencer por lo forzado que se percibe. Pero probablemente el caso menos verosímil esté a cargo de Nonso Anozie, en una caracterización de un sargento casi caricaturesca, cuando en verdad debiera infundir respeto y temor en sus súbditos. Pero el gigante (mide más de 1,90 m.), con unos gritos que no guardan para nada relación con su expresión gestual, aparenta mostrarse más bonachón de lo que su puesto le ocupa.
La dinámica sufre altibajos y todo parece limitarse a secuencias en donde las prácticas son utilizadas para acaparar el interés del público, fallidamente dado su monotonía y falta de sorpresa aunque de gran factura técnica si nos remontamos a sus efectos especiales. El peso cae por completo sobre Ender, y el modo en que le llueven loas y elogios de toda índole actúa como inclinación hacia un mensaje más esperanzador y prometedor del que se tendría que volcar y reflejar para suscitarnos, al menos, un poco de nerviosismo.

LO MEJOR: los primeros minutos tienen mucha fuerza y enganchan.
LO PEOR: todo se cuenta de modo poco sorpresivo. Las actuaciones, la falta de tensión.

PUNTAJE: 4,4

jueves, 23 de enero de 2014

Breaking Bad (5 temporadas) - Crítica


La perfección reflejada en una serie

Decir que existe un antes y un después en la vida de quienes vieron Breaking Bad no es exagerado. Ni por asomo. La serie ha superado límites inalcanzables a la hora de entusiasmar al espectador. Los grados de fanatismo y empatía con el producto y con sus personajes (principalmente con el protagonista) crecen tan progresivamente como el propio nivel de interés de cada temporada respecto de la anterior.
Una de las claves para haber conseguido un éxito redondo reside en el acierto de no extenderla más de la cuenta, a fin de no recaer en una bola de sucesos que no conduzcan hacia ningún lado más que al relleno de minutos y acumulación de episodios. La sensación que se percibe cuando el desenlace se acerca es de una ansiedad exasperante y de agite constante, pero también de vacío, de un silencio interior que exige ir más allá y pensar que un ciclo se acaba para siempre. Y cuando ese momento llega, la angustia se hace presente. Porque Breaking Bad genera que uno se acostumbre (en el sentido emocionante de la palabra y no en el de una rutina de sinsabores) y se aferre a lo que ella le brinda.
La historia nos remite a Walter White (Bryan Cranston), un profesor de Química bastante bonachón, casado con Skyler (Anna Gunn), embarazada al comienzo, y padre de un adolescente con discapacidades motrices, Walter Junior (RJ Mitte). A nuestro intérprete principal le diagnostican cáncer de pulmón inoperable y dos años de vida, por lo que debe someterse a un costoso tratamiento que está fuera de su alcance económico. Tras asistir a una redada con su cuñado Hank (Dean Norris), agente de la DEA y ver el dinero que mueve el tráfico de drogas, tiene la loca idea de utilizar sus conocimientos químicos para cocinar metanfetamina y así dejarle un buen pasar financiero a su familia. Para ello se alía a un impulsivo y desordenado ex alumno llamado Jesse (Aaron Paul), quien posee contactos en el rubro para emprender el negocio en cuestión.


En la creación de Vince Gilligan está permitido reír, agobiarse de tensión, conmoverse y llenarse de una energía adrenalínica que contagia a escalas supremas. El seguidor que se jacte de que no se le haya puesto la piel de gallina en secuencias como en la de la culminación de la cuarta temporada, por citar uno de los mejores ejemplos, es factible que esté mintiendo. ¿Acaso quién nunca se brotó de frenesí al sentirse, aunque sea por segundos, en la piel de Heisenberg?
Audiovisualmente es impecable, tanto desde lo técnico de su dirección como desde la musicalización (la banda sonora es otro gran logro). Las interpretaciones son tan sólidas y verosímiles, que dan la apariencia de ser perfectas; lo sobresaliente de este punto radica en que no hay personaje alguno que desempeñe mal su rol, todos son convincentes y aportan, con sus características bien definidas, con sus cambios y giros, calidad vibrante al relato. Pero quien más se luce aquí es Bryan Cranston, concibiendo la actuación más importante de su carrera y la más impresionante que se haya visto en años, al punto tal de sorprender al propio Anthony Hopkins que, conmocionado por tamaño desempeño, le dedicó una misiva llena de elogios y frases impetuosamente significativas (“nunca había visto algo así. ¡Brillante!”; “su performance como Walter White fue la mejor actuación que vi en mi vida”). Dicha manifestación de admiración es compartida por todos aquellos que han tenido el gusto de disfrutar el producto de principio a fin, atenazados en sus asientos, sin quitar la vista de la pantalla ante cada modo de obrar y de desenvolverse de Cranston, quien evoca en W. White una doble personalidad impredecible. Walt y Heisenberg; ángel y demonio, de eso se trata, de una dualidad que convive en el interior de nuestro héroe y que con el correr de los episodios va sacando a la luz con cada vez más fuerza y oscuridad. La mutación que va sufriendo el personaje es inquietante, escalofriante y a la vez hipnótica, puesto que uno nunca sabe cuáles son los verdaderos límites de este buen químico que, movilizado por la necesidad, va demostrando que su techo es más similar al pico más alto del Everest que al de una mansión.


La primera etapa destila algunos aires de comedia negra, combinándolos con el drama familiar que representa la trágica noticia que se le da a conocer a Walter. Un suceso desafortunado que sin embargo obra como motor de empuje para que el protagonista comience a “curtirse” en el siniestro mundo de las drogas, con todos los riesgos que ello conlleva, más aún teniendo en cuenta lo poco ducho que está en el asunto. Pero este novato porta la ventaja de fabricar el cristal más puro que jamás se haya comerciado, algo que le va inflando el ego y también le permite sentirse más vivo y excitado que nunca como para abandonar la experiencia. No obstante, lo más peligroso (y jugoso) de la cuestión en sí, radica en lo aventurado y en lo expuesto que quedaría White si su cuñado descubriese que se ha metido en tamaña enredadera. ¿Cómo actuaría Hank? ¿Cómo tomarían el tema Skyler y Walter Jr. si se enterasen que Walt es un delincuente? Después de todo, lo que hace es para el bienestar económico de su familia, pero… ¿es perdonable?


La serie se va poniendo más turbia temporada tras temporada. Lo que arrancó con bocanadas de un humor irónico se va transformando en un thriller sofocante, en una historia de crímenes de todo tipo en donde no se pueden dejar cabos sueltos y en un drama agudo y opresivo. La aparición de nuevos personajes en cada “season” renueva el aire y a la vez la hace más tensa. La conversión de Walt está tan bien cimentada como interpretada que crea en el espectador un deslumbramiento y una fascinación por nuestra figura estelar que escapa a cualquier razonamiento lógico, dado que a fin de cuentas nos encontramos simpatizando con un tipo que delinque.
La narración explora la superación humana al mismo tiempo que resalta los peligros de la ambición. Pone en juego dilemas morales y se recrea con acción, vértigo, nervio y desdicha, atravesando una capa de acontecimientos que refleja el enmarañado camino que un individuo está dispuesto a cruzar cuando la necesidad lo desborda. Toda esa conjunción hace que Breaking Bad sea tan adictiva como la propia metanfetamina que Walt fabrica. Un producto insuperable, majestuoso. Una obra maestra que no tiene desperdicio, con la capacidad de dejarnos una marca tan profunda que hará que cada día de nuestras vidas nos acordemos al menos unos segundos de ella.


PUNTAJE: 10

sábado, 18 de enero de 2014

American Hustle (Escándalo americano) - Crítica


Engañando al engaño

Reunir un reparto de ensueño como el que posee American Hustle es un aliciente interesante desde el vamos. Más aún si en el protagónico, en el centro del póster promocional y sobresaliendo a las cuatro figuras restantes, tenemos a Christian Bale, alguien que no sólo nunca decepciona, sino que también eleva la calidad de cualquier film a través de sus dotes actorales.
Ambientada en los años 70, American Hustle trata sobre un operativo del FBI, con el agente DiMaso (Bradley Cooper) dispuesto a capturar a el alcalde Polito (Jeremy Renner con un distinguido jopo de época) y a varios miembros del Congreso. Para ello, y tendiéndoles una trampa que los obligue a implicarse en el asunto, se hace de un astuto estafador llamado Irving (Christian Bale) y de la socia/amante de éste, Sydney, sensualmente encarnada por Amy Adams.


David O. Russell se calza el traje de narrador de historias y aprueba con un muy satisfactorio de calificación en la materia, apartándose de sus anteriores proyecciones (que difieren en cuanto a género/temática) y enseñándonos su polifuncionalidad a la hora de cosechar buenas obras de distintos rubros (The Fighter y Silver Linings Playbook, entre otras). En esta ocasión el director apela al relato a partir de la voz en off, alternándolo entre sus protagonistas, según la situación y mirada de cada uno, acercándose al estilo de Scorsese en cintas como, por ejemplo, Goodfellas, aunque sin la recurrencia a los desenfrenados excesos que tengan que ver con la muestra explícita de drogas ni acontecimientos brutalmente violentos. Quizás muchos le reprochen a Russell esa falta de condimentación picante y salvaje en una narración de este tipo, pero lo que transcurre está tan bien contado que no se percibe para nada necesario recaer en ese tipo de licencias.
Vale remarcar que la banda sonora retumba fuerte cuando se invoca al blues y al jazz, acentuando dos aspectos fundamentales que seducen nuestro sentido visual: la prestancia que de por sí llevan los intérpretes con sus embelesados y trabajados peinados, sus refinados gustos cuando de vestir se trata; y la certera aclimatación ajustada a aquella década del setenta.
De tranco algo lento al comienzo, American Hustle crece en interés con el correr de los minutos. Existen pequeños detalles que nos adentran inconscientemente en el engaño, palabra que obra como motor del film. Los ruleros que Bradley Cooper emplea para rizar su cabello o la mata de pelo extra que Bale se añade simbolizan una manera de aparentar una determinada imagen. Todo nos traslada al terreno de la farsa, de la simulación, como bien enuncia Irving: “la gente cree lo que quiere creer”.
Extensa pero atractiva, la película también expone los peligros de la ambición y se da el gusto de hacerse acreedora de algunas instancias de tensión, ironía y vueltas de tuerca siempre bienvenidas.

LO MEJOR: el modo en que nos cuentan la historia. Otro ejemplo de cuándo se sabe usar la voz en off. Las actuaciones, todas, de los cinco principales (Lawrence, Bale, Cooper, Adams y Renner). BSO. Elegante.
LO PEOR: se extiende más de lo necesario en el metraje. Si bien no aburre para nada, tarda un poco en arrancar.

PUNTAJE: 8,2

jueves, 16 de enero de 2014

12 años de esclavitud - Crítica


Impotencia y cabeza gacha

12 años de esclavitud forma parte de uno de los estrenos del 2014 con mayores nominaciones a los premios Oscar. Estamos en presencia de una proyección sólida en cuanto a estructura argumental y narrativa, dotada de una musicalización correcta que sabe en qué momentos aparecer para sonar y reforzar las imágenes. Lógicamente, el pulso de Steve McQueen se hace notar, pese a poseer tan sólo tres largometrajes en su filmografía. Pero, ¿es realmente 12 years a slave tan buena película?
Con ese ítem de “basado en hechos reales” que parece siempre otorgar un plus en cuanto al redondeo final en la performance de un film, la historia nos adentra, a mediados del 1800, en la vida de Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor), un músico negro (y libre) que es engañado para ser vendido como esclavo, condición bajo la cual comienza a ser sometido a los actos más repudiables de racismo y violencia física y verbal.


Durante el desarrollo de la narración, nuestro protagonista es comerciado como mera mercancía y fuerza de trabajo a distintos amos. El primero, el más agradable y comprensivo aunque sin la fuerza necesaria como para enfrentar y rebelarse ante el mecanismo esclavista dominante, bajo la buena interpretación de Benedict Cumberbatch. El segundo, más impulsivo y capaz de exteriorizar incontenibles estados de ira, se descubre desde la más que interesante labor que lleva a cabo Michael Fassbender (el actor fetiche de McQueen).
Con un transcurso que se va disolviendo lentamente en cuanto a ritmo y con ciertos pasajes algo latosos y rutinarios, el relato intenta remarcar, con crudeza, la injusticia y los grados de estrés a los que fueron sometidos, sin oportunidad a la mínima réplica, los esclavos. Las sensaciones que experimenta el espectador son de impotencia, aunque también de agotamiento.
La actuación de Ejiofor es de alto calibre gracias a su convincente expresión gestual, tanto en su angustia como en su sublevación. El director refleja el mensaje de no rendirse a través de la figura y el modo de ver las cosas de Solomon. El intérprete principal resalta su postura de no caer en la desesperación, y a pura perseverancia y mentalidad firme aspira a salir del calvario que lo hostiga.
12 años de esclavitud es un buen producto, que encuentra sus puntos claves en la ambientación, en la fotografía y en el solvente trabajo de su reparto. Más allá de los pros, no es acreedora de escenas trascendentes ni que se salgan de la vaina a la hora de retenerlas como memorables. Probablemente tampoco sea de esas películas en las que nos es indispensable y llamativo verlas nuevamente.

LO MEJOR: la dirección, todo lo que tenga que ver con lo técnico y las interpretaciones, en especial la de Ejiofor. La impotencia que ocasiona ante los abusos.
LO PEOR: de a instancias cansina, lenta y reiterativa. No cuenta con secuencias de carácter inolvidable.

PUNTAJE: 6

miércoles, 15 de enero de 2014

Her - Crítica


El amor (tecnológico) después del amor

Cualquier palabra que oficie como sinónimo de emotividad y de sensibilidad cuaja perfectamente en lo que respecta al carácter de este film. Her es más profunda de lo que se preveía que podía ser en su tráiler. Lógicamente, la interpretación majestuosa de Joaquin Phoenix (sobresaliente sea cual sea el rol que le toque) juega un papel importante a la hora de sumarle calidad y credibilidad a la proyección.
Con una temática distinta y rara, fiel al estilo del director, la historia nos remite a la vida de Theodore (Phoenix), un escritor de poemas, un tipo solitario y vacío a la percepción. Deprimido por su reciente separación, descubre un sistema operativo portador de un modelo de inteligencia muy peculiar, capaz de entusiasmar a cualquier usuario. Entonces Theodore comienza a entablar relación con la voz femenina que sale de dicho dispositivo, quien se hace llamar Samantha (Scarlett Johansson) y consigue poco a poco conquistar a nuestro protagonista.


¿Puede una persona enamorarse de un sistema operativo? Spike Jonze construye, desde lo improbable de la cuestión en sí, un relato que a pura conmoción y sentimiento colisiona de lleno contra la afectividad del espectador. Her cala hondo en el corazón gracias a la capacidad técnica de su director para sumergirnos en la aflicción de Theodore, un sujeto que desborda ternura y que no puede olvidar a la mujer con la que contrajo matrimonio: los flashbacks, delicados, perfectos, nos retratan lo feliz que supo ser mientras estaba casado, en contraposición con lo angustiante que le significa recordar aquellos momentos.
Jonze explora y va incluso más allá del ya inutilizado Msn; traspasa el chat y todo tipo de vínculo que se forje a través de las tecnologías. Incursiona en el mundo de las novedosas comunicaciones añadiéndole el componente que le permita a una máquina también sentir y evolucionar en ese aspecto. Theodore simplemente se relaciona con una voz detrás de un aparato, pero el enlace es tan fuerte e intenso que no puede frenarlo.
Los primeros planos a Phoenix lo hacen lucirse gracias al nivel de expresividad supremo que posee el actor de The Master. Su mirada perdida, soñadora, ilusionada, más el acompañamiento de una banda sonora siempre tenue hacen estragos y no sólo emocionan sino además inquietan, mortifican y movilizan.
Una película con un guión original, escrito por el propio Jonze. Difícil resulta encontrarle fallas o puntos que obren como elementos negativos. Una narración enternecedora que más allá de cimentarse desde una suposición incierta infunde frenesí y, sobre todo y por más complejo que pareciese, suena convincente. Una joya.

LO MEJOR: el guión, lo profundamente conmovedora que resulta. El hecho de cómo algo improbable pueda dotarse de credibilidad. Una vez más, Joaquin Phoenix se come el film. Vale destacar el buen trabajo de Scarlett Johansson aportando, desde su voz, verosimilitud en lo que expresa. Los flashbacks, impecables.
LO PEOR: el último cuadro, quizás, se podía estirar una pizca de tiempo más.
PUNTAJE: 9

lunes, 13 de enero de 2014

Películas del Recuerdo - Seven (1995)


Soberbia fílmica

A mediados de los noventa, David Fincher se despachaba, en sus inicios, con la que sería su primera película catalogada de culto, en un relato que combina todo lo que le atañe a un verdadero thriller.
Cine negro, policial, con detectives dándole vueltas a un asunto tan turbio como espeluznante son algunos de los puntos fuertes de la proyección. La intriga, potenciada por una musicalización penetrante colabora a la hora de generar enfoque y conexión del espectador con la serie de sucesos que se acontecen. Todo parece estar elaborado minuciosamente, pero lo que más impacta de Seven es el ingenio que posee la historia en sí: Morgan Freeman y Brad Pitt envueltos en un juego tan perturbador como intelectual al seguir un conjunto de asesinatos a manos de un demente en relación a los siete pecados capitales. Cada cuerpo, ejecutado con saña y crueldad, conlleva el nombre de un pecado, por lo que nuestros protagonistas tienen la difícil tarea de inmiscuirse lo mayor posible en el tema para hallar al responsable de los salvajes actos.


Se dice que hay una línea muy delgada entre la genialidad y la locura. Dicha frase retrata al villano del film (para muchos de los mejores bellacos del cine), la cabeza de un plan tan astuto como angustioso e inquietante. Calculador, instruido y meticuloso, este personaje comete homicidios que obren como castigo y como modelo de conmoción en el inconsciente colectivo. Resentido y crítico sobre las conductas de las personas, intenta acaparar la atención sobrepasando los límites y volcándose hacia lo repudiablemente extremo, algo que explica en la famosa escena de los diálogos en el auto.
En Seven se critica a la sociedad, con sus peligros, riesgos e inseguridades callejeras, pero curiosamente no se menciona el nombre de la ciudad en la que transcurre, implícitamente englobando la sensación generalizada que se percibe en cada estado en la actualidad de la narración.
Con actuaciones descollantes y ciertas huellas que comienza a dejar Fincher, la cinta posee uno de los finales más estremecedores e impactantes que se puedan apreciar. Se requiere armarse de paciencia para el ritmo de determinadas secuencias, pero el poder de recordación que deja en la mente es poderoso.

LO MEJOR: el guión, impecable. La intriga, las interpretaciones. El papel de Kevin Spacey en su corta pero imprescindible aparición. El desenlace. La unión de piezas para que todo cierre inteligentemente.
LO PEOR: la lentitud de algunos pasajes hace que se torne, de a ratos, algo lenta.

PUNTAJE: 8,8

miércoles, 8 de enero de 2014

Blue Jasmine - Crítica


Tercamente aristócrata

Esta última obra de Allen almacena en el interior muchos de los mejores componentes que constituyen la filmografía de Woody. Hay lugar para términos medios y grises: Blue Jasmine es buena e incluso algo más que eso, pero queda bastante aislada de grandes proyecciones del creador de Match Point y Manhattan, entre otras.
El relato nos habla de Jasmine (Cate Blanchett), quien se hallaba acostumbrada a una vida que rebasaba de lujos. De buenas a primeras, nuestra protagonista (de excelente interpretación) se encuentra "en la lona”, sin hogar ni sustentos económicos, por lo que emprende viaje hacia San Francisco, hospedándose donde su hermana. Depresiva y recordando casi constantemente su antiguo buen pasar, no tiene otra opción que hacerse camino y comenzar de cero, con todas sus mañas de mujer rica.
No vamos a descubrir nada al decir que Woody Allen es un perfecto contador de historias. Aquí vuelve a dar cátedra desde la estructura narrativa, esta vez intercalando la linealidad del relato con unos cuantos flashbacks intermedios que nos permitan entender y nos ilustren el pasado de Jasmine en Nueva York, con su esposo Hal (Alec Baldwin). El director tiene la particularidad de lograr que cada intérprete porte verosimilitud desde la actuación, como también ocurre en Blue Jasmine, algo que le otorga mucho sentido a sus proyecciones en cada situación que nos presenta. Las tomas, ciertos paneos y movimientos de cámara retratando el paisaje y el urbanismo propio de la ciudad, acompañados como de costumbre de una banda sonora elegante llevan el sello/marca registrada del guionista neoyorquino.


Cate Blanchett realiza un trabajo destacable en la piel de una insoportablemente arrogante mujer: prejuiciosa y con miradas despectivas hacia todos aquellos que no encuadren dentro de su panorámica aristócrata, Jasmine no quiere renunciar al glamour de épocas anteriores ni tener que “rebajarse” a tomar empleos que considere de poca monta.
Entre acontecimientos y diálogos de manso ritmo pero de notable agrado para el público, Allen va revelando detalles y sucesos que pintan la realidad de dos hermanas opuestas: por un lado se exhibe que a veces la ambición no tolera la autocrítica para ver cómo uno mismo verdaderamente es; por otra parte, cómo el conformismo y las pequeñas cosas pueden resultar más gratificantes que el sueño anhelado por el sendero menos correcto.
Sincera y con hechos inteligentemente almacenados para ser descubiertos al final, Blue Jasmine cumple sin acercarse a los mejores trabajos de Woody, quizás por falta de brillo al oscilar y quedar entre medio del drama y la comedia, o por la simple cuestión de no ser acreedora de momentos trascendentes como para que sea recordable.

LO MEJOR: Cate Blanchett se come la película. Diálogos, fotografía, la filmación en sí. El estilo made in Woody Allen.
LO PEOR: termina como una historia bien contada con una excelente protagonización de Blanchett y nada más. No deja la sensación de que la retendremos en la memoria.

PUNTAJE: 7

martes, 7 de enero de 2014

La increíble vida de Walter Mitty - Crítica


El maravilloso mundo de Walter

Sorpresón resulta esta remake de aquella película dirigida por Norman McLeod en 1947. Ben Stiller ahora toma el mando y no sólo compone un personaje gracioso, como suele ser su costumbre, sino que además se escapa de ese encasillamiento, logrando conmover.
Walter Mitty es tan tímido y quedado para relacionarse como soñador. Trabaja en el sector de negativos de fotografías de una importante revista. Walter tiene la particular manía de “colgarse”, alejarse de la realidad e idear situaciones exageradas de una adrenalina y desenfreno importante que, lógicamente, lo tienen como héroe, similares (aunque con mayor grado de imaginación) a los divagues que experimentaba aquel dibujo animado llamado Doug Narinas. Nuestro protagonista recibe una serie de fotos de Sean O’Connell (Sean Penn), en una nota que le indica que la número 25 debe ser la que lleve la portada de la próxima edición. El problema se da cuando Mitty no la encuentra y se ve obligado a rastrear a Sean y emprender una inquietante hazaña.


El film no sólo opera como clara enseñanza y estímulo de superación, con lemas que proclamen la persecución de fines y objetivos asumiendo todo tipo de riesgos; también funciona casi como una suerte de autoayuda para todo aquel espectador al que le cueste lanzarse hacia la consecución de sus metas. El amor aparece como motor y empuje principal para que nuestro querible Walter se decida a concretar sus propósitos, en una relación que construye lentamente (y de un modo bastante verosímil a la percepción) con la figura que interpreta Kristen Wiig.
Mención especial a la destacable y por cierto moderna filmación que porta la cinta, a base de movimientos de cámara ágiles y hasta algunos interesantes efectos. La banda sonora acompaña sutilmente y cumple en los momentos justos a la hora de suscitar emotividad en el público.
 La increíble vida de Walter Mitty se ajusta a todas las edades, apelando la primera hora al entretenimiento a base de una buena bocanada de gags y el segundo tramo a tintes de road movie, a todo lo que tenga que ver con las peripecias y a lo sentimental.
La proyección termina siendo un episodio tan lleno de fantasía, de enternecimiento y de aventura como los propios sueños que Walter evoca en sus dispersiones mentales, y por eso vale la pena darle una oportunidad.

LO MEJOR: supera la expectativa simple creada en el tráiler. Risas, emotividad, hazañas, buenos mensajes. Ben Stiller, como director y actor.
LO PEOR: cae en ciertos instantes previsibles. Algunos chistes pecan de conocidos.

PUNTAJE: 7,8

sábado, 4 de enero de 2014

Carrie - Crítica


DesCarrielando

Esperadísima y con la interesante presencia de Chloë Grace Moretz como figura principal, Carrie acaba resultando un producto olvidable, quedando a una distancia abismal en calidad respecto de la original película de culto dirigida por Brian De Palma en 1976.
La historia, súper conocida, trata sobre una adolescente introvertida al extremo, acechada por una madre fanática religiosa (en esta oportunidad Julianne Moore) y maltratada por sus compañeras del instituto, en esa constante estadounidense que intenta mostrar lo difícil que es la etapa escolar para los más tímidos. Pero a Carrie White, cuando la impotencia y la bronca la carcomen, es capaz de desarrollar una tormenta de ira, a base de poderes psíquicos que pueden ocasionar desastres inmensos.


La cronología de la cinta mantiene los mismos hilos que su predecesora, sólo que Kimberly Peirce le añade herramientas tecnológicas que se adecúen a la actualidad, como es el caso de teléfonos móviles, filmaciones con el celular listas para subir a Youtube y demás. El problema del film está dado en la limitación del relato: todo parece encerrarse en una suerte de serie juvenil en donde las “chicas malas” no hacen más que burlarse de la pobre y huraña protagonista. Y la sed de venganza crece.
Si se la analiza por sí sola y apartada de la proyección anterior, Carrie es regular, no aburre pero tampoco entretiene a grandes escalas, de hecho cuenta con cuestiones que la hacen menos sólida de lo que debería ser, como es el caso de las actuaciones (a excepción de Grace Moretz y Moore). El inconveniente se magnifica cuando entra en parangón con la que Brian De Palma concibió, y allí se pone en juego una cantidad de factores que la terminan dejando como una cinta bastante menor de lo que en verdad es. ¿Era necesaria la remake?

LO MEJOR: mantiene un ritmo ameno. Chloë Grace Moretz y Julianne Moore.
LO PEOR: lejos de lo que supo ser la Carrie original. Ni siquiera la escena del baile de graduación, se acerca a lo oscura y siniestra que fue en la primera entrega. Salvando las figuras principales, no está bien actuada.

PUNTAJE: 4,6

jueves, 2 de enero de 2014

El lobo de Wall Street - Crítica


Lujuriosos muchachos

Martin Scorsese vuelve a hacer ruido. Retumba, provoca y despierta polémicas con un film lleno de excesos. Amantes del afamado director se sentirán a gusto; quienes nunca comulgaron con su estilo, factiblemente detractarán su obra.
Se la puede catalogar casi netamente como una comedia con intensos tintes dramáticos, en donde el común denominador y aspecto más abarcado durante el metraje encuentra su lugar en la codicia y el libertinaje. Quien supo construir Goodfellas vuelve a dar cátedra en todo lo que tenga que ver con movimientos de cámara y elementos narrativos; Scorsese cuenta con la admirable capacidad de lograr que el relato a partir del recurso de la voz en off resulte atractivo y nunca quede mal, además de poseer un don nato en lo que respecta a la presentación de los personajes.


El lobo de Wall Street nos enseña el mundo de la bolsa y las acciones, gobernado por esa ansiedad permanente de obtener rentabilidad y sacar diferencia con las comisiones. Y para ello no hay nadie mejor que Jordan Belfort (magnífica, nuevamente, actuación de DiCaprio), quien una vez inmerso en este mundo de valores y presiones, comienza a montar su fraudulento negocio. No hay nadie mejor que él. Su mano derecha Donnie (brillante Jonah Hill), junto a otros compañeros, se sube al ambicioso barco de Belfort, en donde la desmesura y lo políticamente incorrecto están a la orden del día.
¿Excesiva? Por donde se la mire, pero la superabundancia de acontecimientos casi grotescos son una variable fija en la línea fílmica de Marty, elemento que lo distingue y por el cual ha acumulado seguidores. Probablemente el director de Shutter Island se cebe y no sepa hasta qué punto es necesaria la apelación a orgías y secuencias en donde las drogas y el sexo copan la pantalla.
Entretenida, osada, graciosa, la cinta porta un desenfreno y un ritmo endemoniadamente lunático, en lo que quizás sea la realización más chiflada de Scorsese. Contagiosa, filosa y con una crudeza tan exagerada como rugiente, nos muestra los peligros de las adicciones, las pretensiones y el círculo vicioso e insaciable que encierra la ambición.

LO MEJOR: el estilo narrativo del director. Actuaciones bestiales, salvajes y excelentes de Leonardo DiCaprio y Jonah Hill. Hilarante, extravagante.
LO PEOR: se aprisiona en su propia trampa y recurso al exceso y a las juergas que presencian sus protagonistas. Tres horas que podrían resumirse, al menos, en dos y media.

PUNTAJE: 7,6